Golpeada por los vientos salados que soplan desde el Golfo de Castellammare, erosionada por el tiempo y la niebla salina, pero todavía tenazmente aferrada a sus acantilados, Torre Mulinazzo perdura. Es más que un simple edificio de piedra: es un fragmento tangible de la historia de Sicilia, un monumento silencioso que narra siglos de miedos, defensas y vidas vividas bajo la amenaza constante del mar. Situada en el territorio de Cinisi, a poca distancia del aeropuerto Falcone-Borsellino, esta torre costera representa una de las muchas piezas del complejo sistema de defensa que durante siglos vigiló el litoral de la isla.
Hoy, su perfil macizo y parcialmente arruinado destaca sobre el azul del cielo y el mar, ofreciendo un espectáculo sugerente pero melancólico. Es un fantasma de piedra que interroga al presente sobre el valor de la memoria y la responsabilidad de la conservación. Visitarla es embarcarse en un viaje en el tiempo, a una época en la que el Mediterráneo era un mar traicionero, surcado no sólo por mercaderes sino también por los temidos corsarios berberiscos.
Torre Mulinazzo, un baluarte contra el terror otomano: el contexto histórico
Para comprender plenamente la importancia de Torre Mulinazzo, es necesario sumergirse en el contexto histórico de Sicilia entre los siglos XVI y XVII. Bajo dominio español, la isla era una avanzada frontera de la cristiandad, constantemente expuesta a las incursiones de los piratas norteafricanos, a menudo vasallos o aliados del Imperio Otomano. Las ciudades y pueblos costeros vivían en un clima de terror: asaltos, saqueos, secuestros para pedir rescate o esclavitud eran sucesos dramáticamente frecuentes.
En respuesta a esta amenaza perenne, la Corona española, a través de la administración del Reino de Sicilia, promovió una fortificación masiva de las costas. Se diseñó y construyó un sistema capilar de torres de vigilancia y defensa, situadas estratégicamente alrededor del perímetro de la isla. Estas torres, construidas a distancias que permitían la comunicación visual (mediante señales de humo durante el día y fuegos por la noche), formaban una cadena ininterrumpida de defensa. El objetivo era doble: divisar a tiempo los barcos enemigos y dar la alarma a las guarniciones y a las poblaciones locales, pero también oponer una primera resistencia armada, aunque limitada.
La Diputación del Reino de Sicilia, órgano administrativo local, desempeñó un papel crucial en el diseño, financiación y construcción de estas estructuras. Arquitectos e ingenieros militares, como Tiburzio Spannocchi y Camillo Camilliani (este último conocido por su reconocimiento del litoral siciliano a finales del siglo XVI), contribuyeron a definir las tipologías constructivas y supervisaron las obras. La Torre Mulinazzo, cuya fecha exacta oscila probablemente entre finales del siglo XVI y las primeras décadas del XVII, se inscribe plenamente en este gran proyecto defensivo.
Arquitectura de guerra: la estructura de la Torre Mulinazzo
Como muchas de sus torres hermanas, la de Mulinazzo presenta las características típicas de la arquitectura militar de la época, adaptadas a los requisitos específicos de la defensa costera. La planta es generalmente cuadrangular, con una base maciza, a menudo escarpada (inclinada) para aumentar la estabilidad y dificultar la aproximación del enemigo con escaleras o arietes. Los muros, gruesos y resistentes, están hechos de piedra local -probablemente calcarenita o materiales similares fáciles de conseguir en la zona- unida con mortero resistente.
En el interior, la torre estaba construida en varios niveles. La planta baja, generalmente ciega o con pequeñas aspilleras, albergaba almacenes para provisiones, municiones y una cisterna para recoger el agua de lluvia, esencial para la supervivencia de la guarnición. Una escalera interior, a menudo excavada en el grosor del muro, conducía a los pisos superiores. El primer piso era el alojamiento de los torrari, los soldados destinados a la guardia, y tenía aberturas más grandes para la visión y la defensa.
La coronación era una terraza (o patio de armas) protegida por un parapeto almenado o de mampostería simple. Allí se colocaban las piezas de artillería de pequeño calibre (falconetes, propulsores) y se encendían las luces o señales de humo. La vida de los torrari era dura y aislada: unos pocos hombres confinados en un espacio reducido, con suministros inconstantes y la perenne tensión de esperar al enemigo. Sin embargo, su papel era vital para la seguridad de las comunidades costeras.
El nombre «Mulinazzo» podría derivar de la preexistencia de un molino cercano (quizás de agua o de viento, dada la posición expuesta), quizás ya en ruinas («-azzo» como sufijo peyorativo o que indica ruina) en el momento de la construcción de la torre, o de un topónimo local preexistente. Las fuentes históricas concretas sobre el nombre suelen ser fragmentarias, pero la hipótesis del molino es plausible y está muy extendida para otras torres homónimas.
De la decadencia al abandono: La pérdida de funciones
Con el paso de los siglos, la amenaza bárbara disminuyó, sobre todo tras las campañas militares europeas en el norte de África y los cambios en el equilibrio político del Mediterráneo en los siglos XVIII y XIX. Al mismo tiempo, la evolución de las técnicas militares y de la artillería dejó obsoletas las torres costeras como estructuras defensivas primarias.
Torre Mulinazzo, como gran parte del sistema, fue perdiendo su función estratégica. Poco a poco fue desarmada y abandonada por la guarnición militar. En algunos casos, estas estructuras se reutilizaron para distintos fines (estaciones telegráficas, faros, viviendas particulares o almacenes), pero muchas, sobre todo las situadas en lugares más aislados o impermeables, como quizá Mulinazzo, simplemente cayeron en desuso.
El abandono, la acción incesante de los agentes atmosféricos (viento, lluvia, salinidad), la erosión costera y, en épocas más recientes, a veces incluso los actos de vandalismo o el uso inadecuado como cantera de material de construcción, han marcado profundamente la estructura. Hoy en día, Torre Mulinazzo se presenta como una ruina imponente pero vulnerable. Partes de los muros se han derrumbado, las bóvedas interiores están rotas, la escalera de acceso es intransitable. Sin embargo, incluso en su estado ruinoso, conserva un poderoso encanto y una austera dignidad.
El estado actual de Torre Mulinazzo plantea cuestiones urgentes sobre la conservación del patrimonio histórico y cultural de Sicilia. Estas torres no son sólo piedras viejas; son documentos materiales, testimonios de un pasado complejo y fundamental para comprender la identidad de la isla. Representan un paisaje histórico único, un museo al aire libre que se extiende a lo largo de la costa.
Los retos para la recuperación y puesta en valor de la Torre Mulinazzo son múltiples En los últimos años ha crecido el interés, a escala regional y nacional, por la recuperación de las torres costeras. Algunas han sido restauradas con éxito y utilizadas para nuevas funciones. Para Torre Mulinazzo, el futuro sigue siendo incierto, suspendido entre el olvido definitivo y la posibilidad de una nueva vida.
Al contemplar Torre Mulinazzo hoy, uno no puede evitar reflexionar sobre la fragilidad de la memoria y la responsabilidad que tenemos hacia las huellas de nuestro pasado. Esa enorme ruina en la costa de Cinisi es mucho más que una antigua estructura militar. Es un símbolo de la resistencia humana ante la adversidad, un rasgo definitorio del paisaje siciliano y un recordatorio de que no hay que olvidar las historias, a menudo dramáticas, que han dado forma a esta tierra.
Su silencio es elocuente. Habla de alarmas nocturnas, de soldados vigilantes, de barcos hostiles en el horizonte, pero también habla de abandono e indiferencia. El reto es transformar este silencio en un diálogo con el presente, recuperando no sólo las piedras, sino también el significado profundo de este guardián olvidado, para que pueda seguir contando su historia a las generaciones futuras. El destino de Torre Mulinazzo es, en cierto modo, un espejo de la compleja y a menudo irresuelta relación que la Sicilia contemporánea mantiene con su inmenso y estratificado patrimonio histórico. La esperanza es que para este testigo mudo del pasado todavía haya un futuro.