Hay lugares en Sicilia que no encajan con su imagen tradicional: la de la isla luminosa, abrasada por el sol, marcada por templos y playas. El Lago Maulazzo, escondido en el corazón de los montes Nebrodi, es uno de esos sitios que pertenecen a otra Sicilia: más íntima, más lenta, más callada. Una Sicilia que no se exhibe, que se deja descubrir solo por quien la busca sin prisa.
Para llegar hasta Maulazzo hay que subir por caminos curvados, desde Cesarò o Alcara Li Fusi, entre valles y bosques que se van cerrando poco a poco, hasta abrirse de repente en una llanura suspendida en el silencio. Entonces, el agua aparece. Tranquila, sin aspavientos, extendida como un espejo antiguo entre los árboles. Aunque fue construido por el hombre en los años ochenta, a 1.400 metros sobre el nivel del mar, el lago ha sido reclamado por la naturaleza y devuelto al paisaje como si siempre hubiera estado allí.
A su alrededor se extiende uno de los hayedos más grandes de toda la isla. Los troncos altos, la sombra profunda, el suelo mullido de hojas y musgo: todo parece conjurado para proteger este pequeño santuario de calma. Caminar alrededor del lago es una experiencia sensorial y casi meditativa. Caballos salvajes cruzan los senderos, vacas pastan en libertad, y de vez en cuando un ciervo asoma entre los árboles como un susurro. En lo alto, planean rapaces, y en la superficie del agua vibran reflejos de nubes y ramas.
El lago cambia con las estaciones. En primavera florece discretamente, en verano es verde y pleno, en otoño se incendian los colores, y en invierno —sí, en invierno— el lago se congela. La nieve cubre los caminos y el bosque queda enmudecido. Sicilia se transforma entonces en una tierra del norte, blanca, pura, inesperada. Una paradoja geográfica que no se olvida.
No hay bares, ni servicios, ni infraestructuras turísticas. Quien llega aquí debe traer lo necesario: comida, agua, botas de montaña, ropa abrigada si hace frío. Pero sobre todo, debe venir con el alma disponible, sin exigencias. Porque Maulazzo no da espectáculo, sino presencia. Es un lugar que no se “visita”, sino que se habita. El silencio aquí no es ausencia, sino plenitud. Y la falta de señal telefónica, lejos de ser un problema, se convierte en bendición.
Se puede llegar a pie desde varios puntos. Uno de los senderos más conocidos parte de Portella Femmina Morta, roza el Monte Soro —el más alto de los Nebrodi— y desciende suavemente hacia el lago. Es una caminata sin dificultad técnica, pero llena de intensidad emocional. Cada paso es una aproximación a algo más antiguo que nosotros.
El lago se encuentra en el término municipal de Alcara Li Fusi, pero en realidad no pertenece a nadie. O quizás pertenece a todos los que entienden que hay paisajes que no necesitan explicarse. No es un destino, ni un monumento. Es una atmósfera. Un estado del alma. Una pausa en el tiempo.
Quien se va de Maulazzo no lo olvida. No por lo que ha visto, sino por lo que ha sentido. Porque hay lugares que se quedan en uno como una música lejana, como un olor vegetal, como una promesa de regreso. Y tal vez, algún día, caminando por otro bosque, el viajero oirá un eco leve entre las hojas. Y sabrá que viene de aquí.